Preseleccionado: El Llamado del Cerro: Virginia McRostie

Tuve el don de amar la naturaleza, como un instinto, casi espontáneamente. Crecí maravillándome como el viento sonaba entre las hojas y estas se movían provocando luces y sombras. Me apaciguaba tirarme de espaldas en la tierra y sentirme espiga, hierba y ver como las nubes se movían en el cielo. Me intrigaba de donde emanaban los aromas del cerro y fui buscando que plantas los producían y haciéndome un set de aromas familiares.

Y de tanta sensación la pregunta se me hizo GIGANTE y me fui a los cerros con mis manuales de plantas y cuaderno en blanco. Y hoja, flor y semilla fui pegando y registrando arboles, hierbas y arbustos, hasta que todos pasaron a ser mis conocidos, como quien conoce a las personas y las denomina por sus nombres. Aprendí la percepción y usos que de ellos hicieron los indígenas, sus cualidades, sus hábitos, y más aun la histología y los microfósiles que en ellos habitan, invisibles a los ojos, infinitos en su tipo.

Pero aun así, no me conformaba con este saber, porque el conocimiento y la ciencia muchas veces son herméticos y sus fronteras no abarcan las acciones. En mis cerros cada día quedaban menos quillayes y huinganes, las quebradas se rellenaban con escombros y los azulillos eran tapados con cemento mientras esperaban la primavera. Mi impotencia surgía de no entender el porqué esto se destruía y desaparecía para siempre y ciertamente, de un exacerbado romanticismo de adolescente. No me gustaba que cambiaran los natris por rosas blancas o los colliguayes por laurel de flor y qué decir de los quillayes por los ya casi industriales liquidámbares o tuliperos.

La naturaleza retrocedía y yo no podía cuidarla. Arme mi vivero de primeros auxilios donde llegaban semillas y bulbos amenazados por las urbanizaciones, pero aun así sentía que como persona podía hacer más para cuidar lo que yo apreciaba…

En esta búsqueda estaba, cuando un día bajando del cerro vi como una retroexcavadora rompía sin planificación alguna una frondosa ladera sur. Me pareció raro, ya que esta ladera estaba sobre la cota mil definida por el Plano Regulador Metropolitano, es decir es un área de preservación ecológica, restringida a actividades recreativas, educacionales o científicas. Y así fui averiguando que esta urbanización era ilegal, es decir no contaba con permiso municipal, transgredía varias normativas del SAG y de la ley de Bosque Nativo. Muchas personas lo vieron, tal vez muchos se lamentaron y los vecinos se enojaron, pero en la mayoría de los casos las personas no saben cómo denunciar un hecho así, o si saben esperan que lo haga otro o sencillamente prefieren no involucrarse. Nuestra herencia colonial y republicana consolido una sociedad paternalista, en donde el ciudadano generalmente espera que otro actué por él, no sintiéndose como pieza clave en la gestión de los cambios.

Debido a que poco es el bosque esclerófilo y pre cordillerano que nos va quedando en Chile Central no podía dejar que acciones como estas se cometieran a plena luz del día, ya que además sentarían un precedente en donde violar las leyes no tiene ninguna consecuencia, avalando futuras destrucciones.

Comencé yendo al municipio, a la dirección de obras, mande una carta a la alcaldesa, dos cartas incluso tres. Y qué grande decepción fue darme cuenta que las leyes no sirven de nada cuando no hay voluntad política. Además las personas comunes tienen muy pocas herramientas para lograr que éstas se cumplan, por lo que el desgaste y la frustración no tardan en llegar. Hice un blog, repartí panfletos, mande cartas al diario y tuve que estar casi un año insistiendo ante los organismos y autoridades pertinentes para que fiscalizaran esta anómala situación. Pero no fue sino, hasta que con la ayuda de un abogado logre llegar directamente a Contraloría, luego los diarios y radios –mejor mecanismo para que los políticos reaccionen- y finalmente el Consejo de Defensa del Estado. En total estuve dos años tratando de que las obras pararan y no siguieran destruyendo la flora y la fauna del cerro…es paradójico tener que pelear por algo que a todas luces debiera detenerse fácilmente, más aun cuando todos los programas políticos para Santiago traen en su logo la palabra “verde” o “descontaminación”.

Quizás esta acción no es significativa en términos de proteger la biodiversidad y superficie del bosque nativo remanente en la pre cordillera de Santiago, pero para mí fue una gran batalla en donde tuve que aprender cómo funcionan y se aplican las leyes y normativas en Chile, cuánto depende de uno, cuánto depende de los políticos de turno.

Sinceramente creo que si hubiese más ciudadanos que se involucraran activamente en la defensa de nuestro patrimonio natural y cultural, podríamos avanzar hacia una sociedad en donde las decisiones se tomen de una manera más democrática. Muchas veces se escuchan quejas pero pocas veces se ven la misma cantidad de acciones orientadas a resolverlas. Como personas no solo tenemos un derecho sino que también un deber de construir nuestro futuro y el ambiente en el que queremos crecer.

Es por eso que invito a aquellos amantes de la naturaleza que andan deambulando tal vez como un día lo hice yo, queriendo hacer algo, pero sin saber qué, que miren lo más cerca posible y traten de detectar qué pueden hacer concretamente para cuidar nuestra naturaleza.

Si sienten un llamado es porque algo hay que hacer…no esperen que otro lo haga.

Virginia McRostie