1 Lugar: Una breve historia de cormos: del azul profundo al verde total: Paz González Antezana

La primera vez que vi esta planta después de hacer un click sobre su nombre en un buscador de internet me impresionó tanto su belleza que puedo decir ahora que mi vida cambió irreversiblemente. Este relato, de cómo me volví fanática de las bulbosas nativas, partía mucho antes cuando recién llegada a mi primera casa, después de algunos años de casada, decidí hacer realidad un gran sueño: tener un jardín de bulbos.

En esos tiempos el famoso Tulipán era una flor exótica que apenas se vendía en jardines o en la sección jardinería de los centros de casa, ni pensar en supermercados, como ofrecen ahora. Primeriza en estas prácticas compré una cantidad importante de ellos al único proveedor masivo de entonces, Anasac. Eran amarillos rojos y violetas, si no me equivoco. Los puse en tierra y seguí todas las instrucciones para su mejor desarrollo. Efectivamente en primavera tuve mi primer deleite visual cuando aparecieron cantidades de estas delicadas flores de origen nórdico, nativas de Turquía.

Año siguiente, volví en mis andanzas por la calle Puente, parada obligada su tradicional semillería. Me encontré con hartas especies conocidas pero la de nombre crocus, jamás la había visto en su estado más primitivo tampoco tenía ninguna recordación para mí su flor. La foto que los identificaba decía que este era un bulbo pequeño, no más de 10 cm del suelo con una preciosa flor de varios pétalos, más cerrada que un zephyrante pero no tanto como un tulipán. Por supuesto compré varios y llegué a plantarlos ansiosa. El primer año hasta se me olvidó donde los había puesto, no dieron ni una flor…pero al segundo año, el rincón discreto entre Muscaris y Lirios donde dormían, se iluminó con la particular belleza de esta especie. Ahí empezó esta adicción. Mis crocus, no sé de qué variedad eran, crecieron año a año inmediatamente después del invierno, siempre ofreciendo este espectáculo plástico que resume la gran magia de todas las bulbosas: plantas rigurosas, que guardan reservas de alimento subterráneamente lo que les permite sobrevivir un periodo de latencia, para luego brotar con obstinación, no importan las bajas temperaturas menos la nieve, sólo de esa forma consiguen aparecer de la nada, y magistralmente florecer.

Mi tragedia se desarrollaría luego, cuando la casa donde vivíamos se nos hizo chica y decidimos cambiarnos a otra más grande y con más patio. La mudanza se realizó en pleno verano y aunque traté de llevarme algunos de mis bulbos preferidos, al que más busqué, me fue imposible encontrar. Dejé mi antiguo hogar y a mis crocus con una gran sensación de pérdida que se acrecentó cuando volví después de años a la misma semillería y al preguntar por ellos me dijeron que ya no vendían más. Al parecer la persona que los mandaba a Santiago era del sur y por alguna razón dejó de hacerlo y así como una marca barata que desaparece de un día para otro, desaparecieron también mis bulbos pequeñitos, o más exactamente mis cormos pequeñitos.

El extraño sentimiento que me produjo esta separación me llevó a consultar en varias fuentes distintas, hasta que me resigné al ciberespacio. Me di cuenta de que basta sólo con digitar este nombre para caer en una multitud de páginas que los describen, los seleccionan, los agrupan, los venden. Fue tanto que sólo atiné a abrir las que me parecieron más llamativas. Por supuesto que mi ojo se concentró inmediatamente en el Chilean Blue Crocus. “No puede ser”, me dije, “este bulbo es chileno”. Sin embargo cuando desplegué las imágenes sobrepasaban en todo la belleza que ya conocía. La planta, que para algunos técnicamente no es un crocus, estaba ahí, de un majestuoso color azul, pequeña e imponente, escoltada de unas largas hojas, lanceoladas verde profundo.

A medida que avanzaba mi lectura, ahora focalizada en el “crocus chilensis”, botánicamente denominado Tecophilaea, más me interesaba en el tema. Saber que los cormos nativos y endémicos de Chile fueron arrasados en el siglo XIX sin dejar población alguna, me pareció horrible y mayor fue mi asombro al ver ejemplares criados en suelos extranjeros, exhibidos en páginas en otros idiomas y a la venta en distintos tipos de monedas, menos en pesos chilenos.

¿Cómo poder recuperar este cormo? fue la reacción inmediata. Buscando y leyendo me encontré con mucha información y personas que han querido hacer esto mismo a través de distintos proyectos. En paralelo busqué en internet y compré semillas de la espe que aún existe en nuestra tierra, en lugares muy bien guardados, Tecophilaea Violiflora. Lamentablemente esos puntitos negros que fueron mis semillas, a pesar de haber germinado, no sobrevivieron 12 meses. Ese hecho aceleró mi convicción de que para algunas emociones no se puede esperar cuatro años (tiempo promedio en que aparece la primera flor)

El paso siguiente fue buscar la forma de comprar los cormos. El inconveniente principal con el que me topé no fueron las distancias ni los permisos, sino el alto costo que significa este movimiento. Se sucedieron varias consultas, técnicas, administrativas y financieras antes de proceder a dar curso a la primera importación de cormos de Tecophilaea Cyanocrocus, una de las tantas bulbosas nativas que sólo privilegiadas persona han visto con sus propios ojos en estas latitudes. Este género, de la familia tecophilaceae también representada en Chile por Conanthera y Zhephyra Elegans, y distinto a la forma Violiflora, se reportó extinto en nuestro suelo. Miembros de la Fundación Philippi de Estudios Naturales, en el año 2001constataron la existencia de una pequeña población no lejos de Santiago, lo que aumentaría las esperanzas de que este crocus azul pueda sobrevivir in situ.

Después de todo es una locura, un sueño hecho realidad, un pequeño granito de arena o como quiera llamarse tener que traer de vuelta algo que nunca debió extinguirse. Toda mi concentración esta puesta ahora en el crecimiento y la floración de mis tecophilaeas cyanocrocus, que ojalá en el mediano plazo podamos ver no sólo en catálogos internacionales sino también en nuestros propios viveros y jardines así como muchas otras especies nativas de las que hoy día me he vuelto absolutamente fanática.

Paz González Antezana