Mención Honrosa: Carta abierta a quienes trajeron la línea recta: Juan Carlos Covarrubias Alcalde

Recorro con ojos curiosos la región del Biobio y ahí, donde antes estaban los bosques tortuosos y de formas poco simétricas (las formas del lleuque, el canelo, el pitao y el boldo), abunda la línea recta, la verticalidad del árbol. ¿Qué le pasó a la evolución? ¿Acaso los robles de millones de años cambiaron un día de estrategia de supervivencia y –mediante los lentos procesos evolutivos-, se alzaron verticales y rectos, como estirándose después del sueño? Veo con detalle y me doy cuenta que nada de lo que veo es bosque, sólo el resultado de la forma en que has cambiado irreversiblemente el paisaje, mediante la introducción de monocultivos de especies exóticas.

La historia fue sencilla: viste el bosque y no le encontraste valor. En esos lugares donde montañas de oro el indio nunca buscó -¿conoces a la Violeta?-, imaginaste especies ajenas pero que aumentaran el valor. Valor económico, por cierto, ¿qué otro valor podrías considerar con tu visión reduccionista? Entonces se te ocurrió traer, desde miles de kilómetros de distancia, especies hermosas para su tierra que simplemente crecieran rápido. Pinos y eucaliptos fueron las más recurrentes. Cortaste el bosque nativo para instalar tu plantación, de la cual banalmente te enorgulleces, porque ahora sí le da valor a la tierra.

Te compadezco: nunca fuiste lo suficientemente sensible para entender el bosque nativo. Te resultaba poco trascendente diferenciar al ñirre de la lenga, era inútil reconocer al canelo por su hoja de revés plateado, menos ibas a saberte escuchando el canto del tucúquere. Nunca caminaste con mente descalza por el sotobosque, pues te desviaba de tu vida cómoda y pragmática. Tenías miedo de que el tiempo de ocio fuera demasiado poco productivo, tiempo perdido. Era mejor gastarlo leyendo sobre política, cotizando pasajes al viejo mundo o escuchando música barroca, o mejor pensando cómo aquel lugar, fuente de inspiración para muchos, podía volverse más “aprovechable”, para beneficio de indicadores económicos de los que discutías con los adultos en la sobremesa, cuando los niños se habían ido y se podía hablar de cosas “serias”.

Lo que más me sorprende es que, refiriéndote a tus plantaciones, hables de “bosques” de pinos. Nuevamente caes en el reduccionismo de quienes creen que el bosque se define como un “conjunto de árboles”. No tienes ni la menor idea de qué es un bosque. Escapa de tu capacidad para comprenderlo. Ni siquiera yo lo entiendo, pero algunas cosas tengo claras. De partida –te lo explico, a ver si lo entiendes-, el bosque es un ecosistema autosuficiente. Aparte de la energía del compasible sol –que llega con una periodicidad casi inverosímil-, el bosque no necesita nada, absolutamente todo lo recicla: la humedad-en forma de lluvia-, los nutrientes, la información genética, la vida. Aunque no lo creas, no genera basura: ese concepto sólo lo inventó el hombre. En cambio, tu plantación –y no bosque, insisto-, requiere cantidades monumentales de sustancias químicas que la naturaleza no creó en forma espontánea –pesticidas, fertilizantes-, que le debes agregar para que mantenga su proceso de desarrollo. Básicamente, lo mismo que hace el bosque nativo al reciclar su materia. Mantienes a tu bosque, entonces, en un extraño proceso de homeostasis forzada artificialmente, que además contribuye a la entropía del sistema físico-químico-biológico que sostiene a todo lo vivo y muerto.

Tus árboles finalmente logran la madurez –aunque de forma forzada-, y se alzan rectos sobre el paisaje de la región. Entonces el análisis costo-beneficio determina que es hora de acabar la brutal obra: mediante la tala, terminas por despojar a la plantación de sus nutrientes futuros, llevándote la madera y sus productos a miles de kilómetros –o aquí al lado-, donde podrán satisfacer los caprichos materiales de los ecológicamente ineficientes.

Si aun te quedan dudas de la diferencia entre lo tuyo y el bosque, me permito

agregar la característica determinante, que zanja la discusión: el bosque, a diferencia de tus monocultivos, es místico. ¿Cómo no podría serlo un sistema absolutamente cooperativo, en donde todos sus habitantes viven en equilibrio dinámico y ninguno, mediante oscuros intereses económicos, ha intentado consolidar una autodenominada superioridad?

Tal vez sea tarde pedirte que tus tierras vuelvan a ser lo que por millones de años fueron. Pero si tan sólo me concedes un permiso, te pido, casi como una súplica que, cuando hables de tus pino, no se te ocurra usar la palabra “bosque”…

Juan Carlos Covarrubias Alcalde

El autor es editor del sitio www.ecologiadelsur.cl